En estos días está apareciendo en
prensa que podría salir en libertad condicional el asesino Jean-Claude Romand,
condenado a cadena perpetua por el asesinato, en enero de 1993, de su esposa
Florence, de su hija y de su hijo, ambos
de corta edad, de su padre y su madre, incluso de su perro.
Pero lo más curioso es que lo que
verdaderamente estremeció a Francia y motivó a escribir la historia del asesino
a Emmanuel Carrère en El adversario,
y vuelve a estar de actualidad (Ver “Una literatura sin verdugos”, de Marc
Basset, en Babelia 22.09.2018), no fue este tremendo crimen sino la impostura
que Romand mantuvo durante casi 18 años: sin haber pasado de segundo curso de
Medicina se inventó una dimensión profesional de hombre de éxito que mantuvo
sin levantar sospechas día tras días hasta días después del asesinato múltiple.
La máscara que se construye es la
de un hombre de origen humilde, compasivo, amante de los animales, investigador
y profesor, buen esposo y padre de familia ejemplar… Mantiene una cotidianeidad
de hombre entregado al trabajo, a las clases en la universidad, a los viajes a
congresos y encuentros médicos por todo el mundo… Pero todo es humo. Además,
recurre a pequeñas estafas a familiares para lograr la solvencia económica. Y
utiliza varias veces la tapadera de graves enfermedades, cuando alguien hace
una pregunta indiscreta.
En un momento en que está en una
situación complicada, en lo económico, a punto de ser descubierto por Florence,
Romand, de manera planificada, le aplasta el cráneo a ella, dispara a su hijo y
a su hija, se dirige a la casa de sus padres, les engaña y les dispara por la
espalda, junto al perro familiar, intenta asesinar a su amante, vuelve a la
casa y, cuando sabe que el humo alertará a los servicios de basura municipales,
incendia la vivienda y realiza su último acto de impostura doméstica, fingiendo
un intento de suicidio.
Si nos ponemos las muy recomendables
gafas feministas, analizaremos hechos y novela desde otro ángulo: la impostura
adoptada como manera de vida a lo largo de veinte años por el asesino Romand y su tremendo crimen de género es una
respuesta violenta ante un fracaso vital que le impedía estar a la altura de
las expectativas contenidas en el mandato de género.
Carrère decide escribir sobre Romand, porque le interesa él, el impostor, no
el asesinato múltiple. En su reconstrucción literaria le aporta muchas veces
una controvertida cobertura ética, muchas veces con una comprensión
comprometida (“Sentía piedad, una simpatía dolorosa al recorrer las huellas de
aquel hombre que erraba sin rumbo, año tras año, replegado sobre su absurdo
secreto, que no podía revelar a nadie y que nadie debía conocer so pena de
muerte…”). Otro ejemplo de la nula empatía con las víctimas de violencia de
género.
Parece necesaria una lectura en
clave de género, identificar los cimientos de la impostura de Romand como
constituyentes de la masculinidad hegemónica tradicional: su horrendo y
múltiple crimen es, en realidad, un acto más de la frecuentemente
invisibilizada violencia de género.
Es necesario porque los asesinos de mujeres, de crímenes
de género, no pueden ser elevados a la categoría de “gran personaje de la
literatura francesa” (así lo cataloga Marc Basset hoy en el citado artículo de
Babelia).