sábado, 22 de septiembre de 2018

Otra lectura de "El adversario" (Carrère) es posible y necesaria: pónganse las gafas violetas


En estos días está apareciendo en prensa que podría salir en libertad condicional el asesino Jean-Claude Romand, condenado a cadena perpetua por el asesinato, en enero de 1993, de su esposa Florence, de su hija  y de su hijo, ambos de corta edad, de su padre y su madre, incluso de su perro.
Pero lo más curioso es que lo que verdaderamente estremeció a Francia y motivó a escribir la historia del asesino a Emmanuel Carrère en El adversario, y vuelve a estar de actualidad (Ver “Una literatura sin verdugos”, de Marc Basset, en Babelia 22.09.2018), no fue este tremendo crimen sino la impostura que Romand mantuvo durante casi 18 años: sin haber pasado de segundo curso de Medicina se inventó una dimensión profesional de hombre de éxito que mantuvo sin levantar sospechas día tras días hasta días después del asesinato múltiple.
La máscara que se construye es la de un hombre de origen humilde, compasivo, amante de los animales, investigador y profesor, buen esposo y padre de familia ejemplar… Mantiene una cotidianeidad de hombre entregado al trabajo, a las clases en la universidad, a los viajes a congresos y encuentros médicos por todo el mundo… Pero todo es humo. Además, recurre a pequeñas estafas a familiares para lograr la solvencia económica. Y utiliza varias veces la tapadera de graves enfermedades, cuando alguien hace una pregunta indiscreta.
En un momento en que está en una situación complicada, en lo económico, a punto de ser descubierto por Florence, Romand, de manera planificada, le aplasta el cráneo a ella, dispara a su hijo y a su hija, se dirige a la casa de sus padres, les engaña y les dispara por la espalda, junto al perro familiar, intenta asesinar a su amante, vuelve a la casa y, cuando sabe que el humo alertará a los servicios de basura municipales, incendia la vivienda y realiza su último acto de impostura doméstica, fingiendo un intento de suicidio.
Si nos ponemos las muy recomendables gafas feministas, analizaremos hechos y novela desde otro ángulo: la impostura adoptada como manera de vida a lo largo de veinte años por el asesino Romand  y su tremendo crimen de género es una respuesta violenta ante un fracaso vital que le impedía estar a la altura de las expectativas contenidas en el mandato de género.
Carrère decide escribir sobre  Romand, porque le interesa él, el impostor, no el asesinato múltiple. En su reconstrucción literaria le aporta muchas veces una controvertida cobertura ética, muchas veces con una comprensión comprometida (“Sentía piedad, una simpatía dolorosa al recorrer las huellas de aquel hombre que erraba sin rumbo, año tras año, replegado sobre su absurdo secreto, que no podía revelar a nadie y que nadie debía conocer so pena de muerte…”). Otro ejemplo de la nula empatía con las víctimas de violencia de género.
Parece necesaria una lectura en clave de género, identificar los cimientos de la impostura de Romand como constituyentes de la masculinidad hegemónica tradicional: su horrendo y múltiple crimen es, en realidad, un acto más de la frecuentemente invisibilizada violencia de género. 
Es necesario porque los asesinos de mujeres, de crímenes de género, no pueden ser elevados a la categoría de “gran personaje de la literatura francesa” (así lo cataloga Marc Basset hoy en el citado artículo de Babelia).