Un día como hoy en el que (por fin!) se actúa para desalojar
al dictador del mausoleo construido en buena parte por el trabajo de esclavitud
de presos republicanos vencidos, propongo releer este libro. Quizá porque parece
hablar de derrota, pero para mí que estos relatos aportan mucho más, proponen
bucear en los ángulos de la memoria histórica y escarban en realidad de
elecciones éticas que suponen de facto
un cuestionamiento de la masculinidad hegemónica. De los cuatro relatos de
Alberto Méndez (Madrid, 27 de agosto de 1941 - Madrid, 30 de diciembre de 2004)
contenidos en Los girasoles ciegos, se
dice que es una memoria de los derrotados. La derrota vertebra los cuatro
relatos desde su presencia en los títulos y, sobre todo, porque sus protagonistas
(todos hombres, una vez más) vivifican derrotas del arquetipo del guerrero y
porque con su posición ética en realidad suponen derrotas de los pilares de la
masculinidad hegemónica que se asientan en este arquetipo. Ficción masculina,
sí, pero crítica con la masculinidad.
En el primer relato (“Primera derrota, 1939, o Si el corazón
pensara dejaría de latir”), el capitán franquista Carlos Alegría, que desafía
los códigos castrenses en varios momentos, se entrega el mismo día (1 de abril
de 1939) en que se proclama la victoria franquista, bajo el grito ¡Soy un rendido!, al bando republicano, porque
no quiere formar parte de la victoria. Es condenado a muerte por traidor y
fusilado al amanecer, aunque sobrevive al fusilamiento (como el Sánchez Mazas
de Javier Cercas en Soldados de Salamina,
pero qué distintas las dos obras de ficción y sobre todo las elecciones éticas
de sus personajes). Parece que la renuncia del capitán Alegría al privilegio de
la victoria por su dimensión compasiva es un buen ataque a los cimientos de la
masculinidad hegemónica: ser un ganador, ser fuerte, ser agresivo y respetar
las normas y jerarquías castrenses.
En el segundo relato, (“Segunda derrota, 1940, o Manuscrito
encontrado en el olvido”), se basa en el hallazgo en la posguerra española de
un manuscrito junto a los cadáveres de un joven, un bebé y una vaca. El
manuscrito, un cuaderno de hule escrito a mano por un joven poeta republicano
huido, cuenta los últimos meses de su vida, escondido en la braña durante el
invierno de 1940. Su joven compañera Elena acaba de morir de parto y él se
encuentra huyendo, escondido y aislado en un paraje montañoso, sin alimentos, y
sin posibilidad de ayuda. En esos pocos meses en que sobrevive surge una básica
hermandad con una vaca, con cuya leche alimenta al bebé y que les proporciona
calor. Los tres conforman una peculiar familia. Cuando la cadena de cuidados
mutuos falla, la supervivencia es imposible. Cuidados, interdependencia y
relación interespecie, paternidad… Nuevo desafío a los códigos patriarcales.
En el tercer relato (“Tercera derrota, 1941, o El idioma de
los muertos”), el médico prisionero republicano, Juan Semra, gana tiempo (y
vida) en el interrogatorio del tribunal militar con una mentira sobre su coincidencia
en la cárcel con el hijo del coronel franquista que le interroga. Con sus hábiles
mentiras crea un perfil de héroe del hijo para el coronel, y mientras,
sobrevive en los juicios sumarísimos de los falsos tribunales franquistas,
entre fusilamientos de sus compañeros de prisión. El fusilamiento de un joven
compañero, Eugenio, le despierta del sueño de la sumisión y decide contar la
verdad del hijo, un renegado, ladrón y cobarde, sabiendo que le acarreará la
muerte. Este mago de la palabra y la mentira elige en última instancia la
verdad desnuda, desafiando de nuevo el código de honor bélico.
En el cuarto relato (“Cuarta derrota, 1942, o Los girasoles
ciegos”), narra un acoso sexual desde tres puntos de vista: el del diácono, el Hermano Salvador, que se
confiesa por cata a su confesor episcopal relatando su “pecado”; el de Lorenzo,
un adulto que se recuerda con siete años, cuando vivía con su madre, Elena, y con
su padre escondido en un armario, y que rememora el acoso de su profesor, el
Hermano Salvador, hacia su madre; y el de un narrador omnisiciente que va a relatar
los hechos. Perspectiva narradora múltiple, en la que falta la voz de la mujer,
Elena, o una perspectiva centrada en ella.
El diácono escribe su carta exculpatoria echando la culpa de
su caída en el pecado de la carne a Elena, ya que en tanto que mujer es
descendiente de la Eva bíbilica y es la que con su sola existencia provoca su
caída. El pecado es la Naturaleza de la mujer. Sus palabras (Reverendo padre, estoy desorientado como
los girasoles ciegos. A pesar de que hoy he visto morir a un comunista, en todo
lo demás, padre, he sido derrotado…) dejan al descubierto con que lo que ha
visto socavado es su estatus de género. Como vencedor, como superior física,
moral y políticamente (y genéricamente) creía que le correspondía esa mujer como
botín de guerra y esperaba pasividad y sumisión. Pero el relato evidencia la
sucia ficción patriarcal que culpabiliza de antemano a la mujer que va a sufrir
una agresión sexista. Desde la ficción, Alberto Méndez desafía de forma
compleja y ramificada algunos de los mandatos de género de la masculinidad
tradicional.
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