De cada lectura de Una
habitación propia extraigo nuevos hallazgos. La obra que Virginia Woolf
escribió en 1929 tomando como base unas conferencias que los colegios femeninos
de las universidades de Cambridge, Girton y Newnham le solicitaron acerca del
tema “Las mujeres y la novela”, y en la que se preguntaba por qué se
encontraban tan pocas escritoras en la historia de la literatura inglesa, ya
adelantaba algunas consideraciones acerca de la relación entre literatura y las
condiciones de vida de las mujeres que hoy podríamos hacer extensivas a
cualquier otro oficio de las mujeres, principalmente de orden creativo y
cultural.
Esta obra nos sigue aportando ideas y reflexiones muy actuales
sobre las desiguales condiciones de orden material económico y social entre
mujeres y hombres en cuanto a acceso a recursos como la educación, la autonomía
económica y el uso del tiempo, que obstaculizan el oficio de escritora, pero
que podemos ampliar a las carreras profesionales de las mujeres. "La
libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la
libertad intelectual. Y las mujeres han sido pobres, no sólo durante doscientos
años sino desde el principio de los tiempos", escribió.
Y relata también las barreras de orden simbólico e
institucional que va detectando en su revisión de las bibliotecas y la
narrativa británica, como la instauración hegemónica de un canon patriarcal, el
déficit en el reconocimiento de las escritoras, que atañe a las mujeres en general
y a la valoración social de sus capacidades y sus trabajos.
Y refiere también las diferentes estrategias de escritura,
de mirar y contar el mundo, entre mujeres y hombres. Con gran acierto apuntó una
estrategia que desde el androcentrismo cultural se ha naturalizado: la función
especular con que se apuntalaban a los personajes femeninos en las obras
literarias masculinas, canónicas. Mujeres ficticias cuyo devenir literario
quedaba en general reducido a engrandecer a los personajes masculinos, algo que
vemos repetido todavía hoy con demasiada también en otras creaciones
culturales, desde los dibujos animados al cine. En ellas, las mujeres aparecen
en las tramas como meras espectadoras de las hazañas de los héroes o como su
recompensa. Virginia Woolf lo expresó de manera genial: “durante todos estos
siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de
reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural”.
Virginia constató, por ejemplo, la pobreza e inseguridad que
afectaba de manera principal a las mujeres respecto a los hombres, junto a la
pervivencia de la misoginia cultural, el control de su libertad y su sexualidad
a través de la castidad y los impedimentos presentes en la vida cotidiana para
que las mujeres pudiesen ganarse la vida de manera autónoma mediante ocupaciones cualificadas.
Todo ello enmarcado en un patriarcado social y político.
El pasado viernes, 25 de enero, hizo 127 años del nacimiento
de Virginia Woolf. Un motivo para volver a leer alguno de sus libros, que nos
siguen inspirando.
Nos inspiran su vida, sus obras, sus personajes, sus
reflexiones. Es una figura imprescindible en la genealogía feminista y le
debemos mucho.
Sus reflexiones rebosan cualquier intento de sintetizar. Su
posición antimilitarista, antipatriarcal, a favor de la autonomía y los
derechos de las mujeres son la mejor muestra de que sigue siendo muy necesario
leerla.
Supo visibilizar los obstáculos de las mujeres a través de
una hermana imaginaria de Shakespeare, pongamos (decía) que se llama Judith, y
supo presagiar la forma de que Las nuevas Judith cumplan sus sueños: “Yo
sostengo que (la igualdad) vendrá si trabajamos por ella, y que hacer este
trabajo, aún en la pobreza y la oscuridad, merece la pena".