jueves, 2 de agosto de 2018

Agota Kristof: versiones de supervivencia


Recordemos a la escritora Agota Kristof (Csikvánd, Hungría, 1935- Neuchâtel Suiza, 2011) leyendo o releyendo su obra.

Agota Kristof fue una escritora atípica; de origen húngaro, trabajadora de una fábrica de relojes, comenzó a publicar con 51 años. En julio de 2011 julio falleció en una ciudad suiza. La noticia de su muerte le concedió apenas un instante de protagonismo en las necrológicas de los periódicos. Ojalá sirva también para que más personas se acerquen a sus obras literarias, porque su sobriedad narrativa y los puntos de vista disconformes que introduce le sitúan como una novelista contemporánea de dimensión universal, que con una escritura escueta y desoladora perturba órdenes establecidos y alienta reflexiones desasosegantes.

Agota Kristof nace en 1935 en Hungría, país que abandona hacia el exilio en 1956, durante la represión de la revolución, cargada con dos bolsas; una, con pañales para su hija de cuatro meses, y otra, con diccionarios. Instalada en Suiza y trabajadora en una fábrica de relojes, hasta 30 años después no publica su primera novela, ya en lengua francesa, El gran cuaderno, una obra que desmitifica cuanto aborda: la infancia, las relaciones familiares, el arraigo...

Años más tarde publica otras dos novelas más relacionadas con ésta: La prueba (Barcelona, 1988: Seix Barral) y La tercera mentira (Barcelona, 1993: Edicions 62), trilogía editada con el título Claus y Lucas (El Aleph, 2007). El éxito de El gran cuaderno (Barcelona, 1986: Seix Barral), le permite dedicarse a la escritura. La novela, que alguien ha definido como “escrita a cuchillo”, relata la historia de dos hermanos gemelos que son acogidos para pasar la guerra por una abuela inmisericorde.

A partir del relato indisoluble de los hermanos asistimos a una novela de iniciación en el mundo cruel de tiempos de guerra cuando la lucha por la supervivencia se generaliza. Un fragmento a modo de muestra: “La abuela es la madre de nuestra madre. Antes de venir a vivir a su casa no sabíamos que nuestra madre todavía tenía madre. Nosotros la llamamos abuela. La gente la llama La Bruja. Ella nos llama ‘hijos de perra””.

Una escritora que merece ser leída por las aristas con que golpea para recubrirnos de ética y humanidad, ante la punzante versión del mundo que acecha en sus obras. Ella misma lo vislumbró: “No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa, desesperanzada”.

(Versión modificada de la reseña publicada en la revista Trabajadora, 42, diciembre 2011)

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