Recordemos a la escritora Agota Kristof (Csikvánd, Hungría,
1935- Neuchâtel Suiza, 2011) leyendo o releyendo su obra.
Agota Kristof fue una escritora atípica; de origen húngaro, trabajadora
de una fábrica de relojes, comenzó a publicar con 51 años. En julio de 2011
julio falleció en una ciudad suiza. La noticia de su muerte le concedió apenas
un instante de protagonismo en las necrológicas de los periódicos. Ojalá sirva
también para que más personas se acerquen a sus obras literarias, porque su
sobriedad narrativa y los puntos de vista disconformes que introduce le sitúan
como una novelista contemporánea de dimensión universal, que con una escritura
escueta y desoladora perturba órdenes establecidos y alienta reflexiones
desasosegantes.
Agota Kristof nace en 1935 en Hungría, país que abandona
hacia el exilio en 1956, durante la represión de la revolución, cargada con dos
bolsas; una, con pañales para su hija de cuatro meses, y otra, con
diccionarios. Instalada en Suiza y trabajadora en una fábrica de relojes, hasta
30 años después no publica su primera novela, ya en lengua francesa, El gran cuaderno, una obra que
desmitifica cuanto aborda: la infancia, las relaciones familiares, el
arraigo...
Años más tarde publica otras dos novelas más relacionadas
con ésta: La prueba (Barcelona, 1988:
Seix Barral) y La tercera mentira
(Barcelona, 1993: Edicions 62), trilogía editada con el título Claus y Lucas (El Aleph, 2007). El éxito
de El gran cuaderno (Barcelona, 1986:
Seix Barral), le permite dedicarse a la escritura. La novela, que alguien ha
definido como “escrita a cuchillo”, relata la historia de dos hermanos gemelos
que son acogidos para pasar la guerra por una abuela inmisericorde.
A partir del relato indisoluble de los hermanos asistimos a
una novela de iniciación en el mundo cruel de tiempos de guerra cuando la lucha
por la supervivencia se generaliza. Un fragmento a modo de muestra: “La abuela es la madre de nuestra madre.
Antes de venir a vivir a su casa no sabíamos que nuestra madre todavía tenía
madre. Nosotros la llamamos abuela. La gente la llama La Bruja. Ella nos llama
‘hijos de perra””.
Una escritora que merece ser leída por las aristas con que
golpea para recubrirnos de ética y humanidad, ante la punzante versión del
mundo que acecha en sus obras. Ella misma lo vislumbró: “No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal
vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa,
desesperanzada”.
(Versión modificada de la reseña publicada en la revista Trabajadora, 42, diciembre 2011)
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