Tal día como hoy, hace 243 años, nació
la escritora británica Jane Austen (Steventon, 16 de diciembre de
1775-Winchester, 18 de julio de 1817). Las efemérides suelen servirnos para
traer a la memoria pública a quienes por vida y/o obra han sorteado la finitud anónima
de las lágrimas bajo la lluvia. Jane Austen es una de mis autoras preferidas, y
su aniversario me parece buena ocasión para reivindicarla como autora feminista.
Del alcance universal de su obra
podría deducirse que nada inhabitual se interpuso en su labor creadora. Pero
Jane Austen encontró restricciones “propias de su sexo”, es decir, producto de
lo que la sociedad de su tiempo determinaba como “propio de mujeres”. Conocemos
que tuvo acceso a una educación más sólida que la destinada a las mujeres en la
época, por la dedicación docente de su padre y la vocación artística de su
madre, y sabemos de las dificultades que tuvo en materia económica, como no el poder
heredar ni tener propiedades ni ganarse la vida autónomamente. Ella lo intentó
con la literatura, sorteando la presión social, como lo demuestra el carácter
anónimo de sus primeras publicaciones y el hecho conocido de que cuando el
chirriante gozne de la puerta le avisaba de las visitas escondía el manuscrito
y sacaba la labor de punto. Porque el mandato de género no alentaba a las
mujeres para que expresaran su visión del mundo, como recordaba en 1929
Virginia Woolf. Las mujeres estaban entonces bajo la tutela de padres, esposos
o hermanos y apenas podían decidir sobre su destino y sus vidas. Y Jane Austen
lo reflejó y lo cuestionó en sus novelas.
Jane no se conformó, abogó desde
sus obras por la autonomía de las mujeres, en el estrecho margen en que podía
hacerlo desde su posición. Defendió derechos básicos, como el derecho a la
educación, el derecho a expresar y defender sus opiniones, a ser tratadas como
seres que no eran sólo portadoras de tiernos sentimientos, sino también de
inteligencia. Y, especialmente, el derecho a decidir sobre sí mismas. Aunque no
consta un conocimiento directo, la defensa de tales derechos en sus obras y el
uso de argumentaciones similares la vinculan al despertar del movimiento
feminista ilustrado de Mary Wollstonecraft y su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792).
Compara Virginia Woolf en Una habitación propia (1929) el genio
creativo de Shakespeare y Austen sosteniendo que sus mentes habían quemado
todas las barreras, pero refiere obstáculos diferenciales, barreras de género,
para Jane: “Si Jane Austen sufrió en algún modo por culpa de las
circunstancias, fue de la estrechez de la vida que le impusieron. Una mujer no
podía ir entonces sola por las calles. Nunca viajó; nunca cruzó Londres en
ómnibus ni almorzó sola en una tienda...”. En tiempos de Jane Austen, y hasta épocas cercanas, las mujeres
no han dispuesto de recursos
económicos ni de la autoridad
o libertad necesarias para
ejercer de escritoras, debido a factores vinculados al género: por el rol
doméstico-familiar, por la falta de control sobre su fertilidad, por el acceso
negado o dificultado a la educación, al ejercicio profesional, a las
instituciones. Por la falta de
credibilidad, por un canon literario patriarcal que tiende a reproducirse desde
las élites masculinas herméticamente cerradas a la creatividad, el talento y la
palabra de las mujeres.
Volvamos a sus novelas. Muchas de
sus protagonistas femeninas (Lizzy Bennet, Anne Elliot, Elinor Dashwood...) se
caracterizan por una educación inusual que les dota de las facultades de observación,
reflexión y crítica, y de capacidad de interlocución en defensa de sus
opiniones. Y comienzan las quejas, la conciencia de que ser mujeres les condena
auna vida subordinada, encerrada en el ámbito doméstico, sin oportuidades ni
autonomía. Anne Elliot observa en Persuasión:
“Carecemos de vida propia. Vivimos recluidas en el hogar...”. Lizzy Bennet critica
en Orgullo y Prejuicio la educación
ornamental que la buena sociedad establecía para las damas.
Además de esa educación segregada
y diferencial, Jane Austen constata cómo les perjudican los prejuicios y la
misoginia cultural que se transmite en los libros (escritos por los hombres), como
cuatrocientos años antes denunciara otra precursora, Christine de Pizán, en La ciudad de las damas (1404). Pero los
personajes de Austen no se conforman ni se callan. En Persuasión, el capitán Herville le dice a Anne Elliot: “no recuerdo haber abierto en mi vida
un solo libro en el que no se aluda, de una manera u otra, a la inconsistencia
de las mujeres. Todas las canciones y todos los proverbios giran en torno a las
flaquezas femeninas. Claro que usted me dirá que todo eso ha sido descrito por
hombres...”. Y Anne Elliot le responde: “Los hombres siempre han disfrutado de
una ventaja, y ésta es la de ser narradores de su propia historia. Han contado
con todos los privilegios de la educación y, además, han tenido la pluma en sus
manos. No, no admito que presente los libros como prueba”.
Los personajes femeninos, sean
Elizabeth Bennet, de Orgullo y Prejuicio,
o Elinor y Marianne de Sentido y
Sensibilidad, o Anne Elliot, de Persuasión...,
deciden sobre sí mismas. Rebasan los imperativos de encierro, silencio,
sumisión. Cuestionan la hipocresía social y la doble moral. Y a la vez nos
trasladan los valores de la empatía, el apoyo mutuo, la compasión. Sortean
dificultades de la vida cotidiana, de la dependencia económica. Vencen las
limitaciones del ángel del hogar victoriano afirmando los cuidados, la
sostenibilidad doméstica, anticipando posiciones de la llamada economía
feminista. Se enfrentan con contundencia a personajes autoritarios, mujeres u
hombres, y se afirman como personas con criterio y voz propia. Suponen la
introducción en la literatura del inconformismo de las mujeres respecto a su
restricción de derechos y oportunidades, junto con la crítica a una cultura y
una sociedad patriarcal y clasista que limita su autonomía.
Es también una de mis escritoras preferidas!
ResponderEliminarY de las mías, querida Alicia Puleo!
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