viernes, 13 de agosto de 2021

Leyendo sobre la transformada (y transformadora) clase trabajadora

 


En un libro reciente que recopila escritos de Paco Fernández Buey (Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados, ed. de Salvador López Arnal y Jordi Mir García, El Viejo Topo, 2020) refería este filósofo marxista cómo para la filósofa Simone Weil, al igual que para Gramsci, la instrucción es un deber de las organizaciones sindicales. Disputar a explotadores y opresores el poder de manejar el lenguaje (es decir, el relato) es parte sustancial de la lucha obrera, un elemento central en la liberación de la clase obrera.  

Es muy frecuente leer en las redes sociales las palabras de Antonio Gramsci, tan repetidas y tan vigentes, a pesar de sus más de 100 años: ‎"Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia; conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo; organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza" (L'Ordine Nuovo, año I, nº 1,1° de mayo de 1919).

Reflexión, emoción, unión. Educación, compasión, acción. La tarea sigue siendo instruirse/ instruir, fomentar y practicar un pensamiento crítico desde la emoción y la razón, dialogar y debatir, y, siempre, organizarse para combatir las desigualdades. 

Leer es recurrir a la capacidad de diálogo interior, sostiene Siri Hustvedt. Por eso, no sobra precisamente leer sobre la clase trabajadora, sobre la articulación de la clase trabajadora en el sindicalismo de clase y los desafíos que afronta en pleno siglo XXI. En especial, en estos tiempos de pandemia. Ojalá estas pocas líneas inviten a adentrarse por este camino.

Una lectura que aporta claves en esta dirección es La pandemia del capitalismo, de Joan Coscubiela (Península, 2021). Escribe Coscubiela: "Necesitamos construir una respuesta a la pandemia oculta de un capitalismo hipermercantilizado, propietarista y meritocrático y sus tendencias destructivas. Es urgente ponernos a imaginar cuáles pueden ser los mimbres que conformen un nuevo pacto civilizatorio global”. Si nos encontramos ahora en situaciones y posiciones caracterizadas por la globalización, el desconcierto y el ensimismamiento; si atendemos y exploramos las encrucijadas (a veces, enseñanzas), en las que nos sitúa esta pandemia, en medio de una crisis de la democracia y sus instituciones, quizá debamos empezar a dibujar la utopía de un nuevo pacto civilizatorio. 

Para construir hay que imaginar, determina Joan Coscubiela en este libro. Desmercantilizar, descontaminar, democratizar, cooperar, entender nuestra interdependencia y nuestra ecodependencia, repartir el empleo y compartir los trabajos. Sobre la igualdad social, apunta como claves del conflicto social las demandas interconectadas de clase, feministas, ecologistas. 

“Necesitamos imaginar la utopía de un nuevo pacto civilizatorio, pero mientras tanto, ¿Qué hacemos? sabemos de la importancia del "mientras tanto", especialmente quienes nos educamos en la cultura reformista del sindicalismo, que necesita de las modestas utopías cotidianas”. Las modestas utopías cotidianas, el hilo que conecta a la clase trabajadora con el sindicalismo de clase, siempre, con su potencial transformador.

Ahora, el sindicalismo tiene que saber mirar y ofrecer respuestas a la clase trabajadora del siglo XXI.  "Reconstruir la capacidad de agregar todo aquello que el capital desintegra requiere conjugar el sindicalismo con reivindicaciones portadoras de valores universales como el feminismo y el ecologismo cuyos objetivos civilizatorios hay que saber representar", una visión que ha señalado Coscubiela. Ya anteriormente, en otro trabajo, ha señalado un componente fundamental: "La mutación más significativa en la naturaleza del trabajo viene de la mano de un cambio ideológico de primera magnitud, fruto de la lucha feminista. La ampliación del concepto a los trabajos de cuidado". No sólo a este factor, en un contexto con tantas transiciones en marcha (digital, tecnológica, migratoria, verde...), pero posiblemente el más evidente y esencial en tiempo de pandemia.

Otro libro, El  pueblo, Auge y declive de la clase obrera 1910-2010, libro de Selina Todd (Reverso, 2015), aporta un relato singular y documentado de historias individuales de personas que compartieron experiencias y circunstancias en 100 años de clase obrera británica. Una visión sobre un sujeto revolucionario de hombres y mujeres y sus luchas por mejores condiciones de vida y trabajos, por igualdad, libertad y solidaridad en tiempos de cambio social.  Entiende que la clase es una relación definida por el poder desigual, más que un modo de vida o una cultura que no cambia. No puede haber una clase obrera ideal o tradicional. En su lugar hay individuos que se ven empujados a reunirse, a organizarse, si quieren mejorar en derechos y en condiciones de vida. Porque, como deja claro esta autora, la clase obrera nunca fue homogénea. Género, genealogía y geografía marcaron las diferencias, las desigualdades y las experiencias de clase.

Otro libro que aporta reflexiones es Sobre la distancia del presente (Daniel Bernabé, Akal, 2020). 

Para su autor, "este libro pretende ser un manual de supervivencia, un códice para entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué somos como somos. Y para eso tenemos que indagar en nuestro pasado más reciente, ese momento donde todo pudo cambiar". Memorable y personalísima crónica de los últimos 10 años de actualidad política en España, sabe dar protagonismo a la lucha de la clase trabajadora que se protagonizan articuladas desde el sindicalismo de clase. Recuerda cómo los PGE y la reforma laboral fueron contestados por la 1° huelga general del año, el 29 marzo 2012, cómo el 22 de mayo, la comunidad educativa al completo convocó una huelga general contra el decreto austericida de abril. En  junio, la memorable marcha minera. El 14 noviembre, la primera huelga general europea, eso sólo en 2012. Frente a la desmemoria, memoria política y sindical, y pensamiento crítico.

Ya en La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Akal, 2018 ),

libro polémico, este analista señalaba  cómo, a su entender, el neoliberalismo ha fragmentado la conciencia de la clase trabajadora, con procesos culturales potenciados desde élites económicas que llevan al límite lo identitario, esto es, al individualismo, para disolver la acción colectiva transformadora. Escribía: "No es cierto... que el socialismo no prestara atención a algo que no fuera la clase trabajadora blanca y masculina... En los tipos de Estado socialista la cuestión feminista fue ampliamente discutida y transformada en avances materiales y leyes para lograr la igualdad de género". Evidencia la burbuja transgresora potenciada desde el individualismo neoliberal: “El neoliberalismo es experto en ensoñaciones, pantallas, espectáculos... Mientras exige a los ( y las, añado) de abajo una competitividad brutal, vendida cada vez como una forma de autorrealizacion, las grandes empresas compadrean con los reguladores, se reparten mercados y acuerdan bajo mesa". Y apunta una clave, para la reflexión: "La clase trabajadora aunque es la mayoritaria en la sociedad ha desaparecido del mapa de la representación (ficcional, cultural)”. No del todo, podríamos matizar.

Volver al relato emocional, combinando historia, historiografía, pensamiento, indagación científica y relato ficcional, se vuelve tarea reivindicativa para trazar la urdimbre de la resistencia colectiva en base a una conciencia de clase renovada. Precisamente es uno de los ángulos que conforman las historias plurales, los relatos sobre gentes distintas, mujeres y hombres, que tomaron conciencia de la fuerza colectiva como clase trabajadora, cómo afrontaron y actuaron organizadamente ante tremendas dificultades.

Representan ejemplos de compromiso, solidaridad y actuación sindical, de los dos volúmenes de Conciencia de clase, historias de las Comisiones Obreras (Catarata y Fundación 1º de Mayo, 2020 y 2021), y el libro Sindicalistas. Mujeres de las Comisiones Obreras (Catarata y Fundación 1º de Mayo, 2020).

Pero la historia sindical de las mujeres merece, además, de manera específica, un lugar propio en cualquier relato emancipatorio. Una tarea pendiente.

Disponemos de muchos ensayos que abordan, por separado, el intento de disolución de la conciencia de clase, el aumento de las desigualdades sociales, las amenazas de retroceso para las mujeres y la igualdad, los riesgos extremos para el planeta y todos sus habitantes, grandes o pequeños seres vivos. Pero no son tantos los que los presentan interconectados. Y es preciso vincular estas luchas, tender puentes entre los movimientos sociales implicados, articular alianzas desde el respeto recíproco y el apoyo mutuo. Lo que implica, conocer, respetar, defender la función crucial del sindicalismo de clase y su capacidad articulatoria, emancipatoria, transformadora.

Reproduzco, de nuevo, unas palabras de Alicia H. Puleo en su libro Claves ecofeministas (Plaza y Valdés, 2019):

"Necesitamos pactos de ayuda mutua entre movimientos sociales", afirma, "las causas justas han de dialogar y sostenerse mutuamente". Porque, argumenta con acierto, "nos une el deseo de transformar y mejorar el mundo, no cabe enfrentarse entre sí". 

Porque, como señala Begoña San José, en el capítulo que lleva su nombre del libro Sindicalistas. Mujeres de las Comisiones Obreras: “¿No es más importante cambiar la sociedad que competir las organizaciones entre sí?”. 




miércoles, 11 de agosto de 2021

Leyendo relatos sobre desórdenes alimentarios. "Biografía del hambre", de Amélie Nothomb

 Escribe Alicia H. Puleo en Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011): “Las mujeres no somos mera carne ni tampoco sombras desencarnadas (...) La mirada ecofeminista sobre el propio cuerpo –nuestra naturaleza interna- nos invita a evitar agredirlo innecesariamente”.

Unas palabras que sirvan como pórtico para una lectura ecofeminista de textos literarios escritos por mujeres que abordan desórdenes alimentarios.

Muchas narraciones, pasadas y actuales, han reelaborado el tema de los trastornos alimentarios, voluntarios o involuntarios. Recordemos, por ejemplo, la novela Hambre (Sult, 1890), del escritor noruego Knut Hamsum, Premio Nobel de Literatura en 1920, o el cuento de Kafka, “Un artista del hambre” (1924).

En el caso de la narrativa francesa es destacable, por ejemplo, el crudo testimonio autobiográfico del infierno interior (llegó a pesar 31 kilos) que la jovencísima escritora Valérie Valère relata en su libro Diario de una anoréxica (Le Pavillon des enfants fous, 1978). Por su parte, Geneviève Brisac se sirve de la primera persona para narrar el sufrimiento de la joven anoréxica Nick en Petite (1996).

La novela Voraz (Vorace, 2007), primera novela de la escritora francófona belga Anne-Sylvie Sprenger, se construye en torno a la bulimia de la protagonista y la anorexia de su novio. Es la protagonista, Clara Grand, quien mediante el relato en primera persona indaga en las causas, manifestaciones y consecuencias de su bulimia, descubriendo finalmente que es la respuesta patológica a las violaciones que sufrió por parte de su padre cuando era niña. En Clara Grand, el cuerpo actúa como corrector de la consciencia y su pulsión de comer y vomitar se conforma como una estrategia de purificación del inconsciente, como un intento de expulsar la imperfección, lo ajeno, lo extraño, en última instancia, la invasión totalizadora producida en la violación de la niña por el padre.

También en Nada se opone a la noche (Rienne s´oppose à la nuit, 2011), de la escritora francesa Delphine de Vigan, tras la anorexia de la protagonista, Lucile, madre de la escritora, se esconde un caso de violación e incesto en la infancia (fue violada por su padre). Precisamente la primera novela de Delphine de Vigan, Días sin hambre, (Jours sans faim, 2001), publicada bajo el seudónimo de Lou Delvig, enfocaba desde una perspectiva autobiográfica el adentramiento en el sufrimiento de una anoréxica de 19 años que llega a estar radicalmente enferma (llega a pesar 30 kilos), pero logra afrontar su recuperación como proceso desde el cual empieza a recuperar su vida, por lo que se puede decir que es una novela de iniciación, de aprendizaje o autodescubrimiento, una bildungsroman.

La anorexia nerviosa aparece sutilmente, en tanto que no es explícitamente nombrada, en la joven madre que protagoniza el cuento “Aún aquí” (en Zoo, de Marie Darrieussecq, integrado en el libro de relatos Zoo, de 2006), cuyo deseo de adelgazar después del parto y su puesta en práctica de regímenes extremos le conducen a la inanición, a la práctica aniquilación física y psicológica, a resultar invisible para quienes le rodean. Y lo trata Amélie Nothomb, en Biografía del hambre (Biographie de la faim, 2004)

Amélie Nothomb rememora su viaje a través de la anorexia, en Biografía del hambre (2004), un relato retrospectivo y autobiográfico. La narrativa que recrea memorias infantiles, literatura de iniciación, de formación o autodescubrimiento, revela un contraste entre la mirada infantil y la de la persona adulta, que es quien enfrenta la narración, lo que se observa también en otras novelas autobiográficas de Nothomb. La Amélie adulta, la voz narradora, proporciona en Biografía un relato del proceso de la anorexia abordado desde su subjetividad y su consciencia, es decir, desde su interpretación, enmarcado en vivencias, experiencias y consecuencias, por lo que resulta esclarecedor de la relación causal que, en ocasiones, los trastornos alimentarios mantienen con procesos psicológicos, en especial con psico-mandatos de género, y con fases claves de desarrollo evolutivo psicológico y corporal, como las que conlleva la adolescencia. Además, como en otros ejemplos narrativos de anorexia y bulimia en las mujeres, coadyuva otro factor desencadenante: las agresiones sexuales.

Amélie Nothomb comienza su relato en Biografía destacando el papel del hambre como motor de la humanidad, dado que fuerza el trabajo humano, su búsqueda y su experimentación, para conseguir saciarlo, definiéndose como paradigma de “hambrienta”: aclara que se trata de “hambre” tanto en sentido literal como, sobre todo, metafórico: esa actitud activa de búsqueda se configura como la necesidad de llenarse de contenido, de referencias, de configurar su identidad. Ese “hambre” dual, físico e identitario, se constituye en el eje isotópico, según la conceptualización del semiótico estructuralista Greimas, que determina semánticamente la coherencia textual del relato autobiográfico.

Dos de los sucesos que narra, una agresión sexual y una visita cultural, le despiertan con una “lectura de género”. La agresión sexual tiene lugar en una antigua estación termal de Bangladesh, dentro del mar, a manos de cuatro jóvenes a quienes no ve hasta que salen del agua, pero que le causan un gran dolor físico y psicológico. Una violencia que le fuerza a afrontar algo que había evitado: su pertenencia sexual: Amélie es una chica, su cuerpo es o será (está condenado a ser) un cuerpo de mujer. Y en esta ocasión, comprueba un efecto de la agresión sexual, una reacción: siente que ha perdido su gran capacidad mental. Se diluye esa capacidad cerebral, la inteligencia, que le proporcionaba estatus masculino, reforzado mediante el vínculo con su padre, el éxito escolar y el liderazgo diferencial entre sus compañeras. Unos chicos, colectivo del que se sentía una “igual”, que le han recordado que, biológica y socialmente, es la “otra”, en el sentido aportado por Simone de Beauvoir, una mujer.

El segundo acontecimiento es el impacto que le causa la visita familiar al Templo de la Diosa Viva, en la que descubre el rito religioso en torno a una niña que vive encerrada en el templo, donde es alimentada por los monjes. Únicamente sale de esa reclusión un día al año, en procesión, jornada en la que es adorada como una diosa, el resto del tiempo permanece encerrada. Así, transcurre toda su infancia, hasta los doce años; cuando cumple esa edad, pierde ese estatus de diosa, es expulsada del templo, y ya solo es una “niña gorda e inútil”.

Tradición que continúa vigente desde hace 700 años. Solo un día al año los nepalíes pueden adorar personalmente a la niña virgen. Después, nadie puede hablar con ella ni fotografiarla. Y así será hasta que tenga su primera menstruación, y otra niña virgen la sustituya. La diosa Kumari es elegida entre las niñas preadolescentes de la comunidad Newari, predominante en el valle de Katmandú. Al ser una creencia de origen budista e hinduista, sacerdotes de ambas religiones y un astrólogo certifican que la virgen seleccionada tiene los 32 lachhins –atributos físicos y psicológicos, como Buda– que se esperan de ella y que su horóscopo concuerda con el del jefe del estado. Esta centenaria tradición viola leyes del derecho internacional, como la Convención de los Derechos del Niño o la Convención para la Eliminación de Toda forma de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), de las que Nepal es estado signatario. De hecho, la 13ª sesión del CEDAW de 2004 ya señaló que la práctica discrimina a la mujer y recomendó al gobierno de Nepal medidas para su erradicación (“La soledad de las diosas kumari”, El País.25.04.2014).

Amélie tiene doce años cuando la visita y el impacto es tremendo, se ve reflejada como en un espejo. Ella también, diosa destronada, sólo es una niña de doce años. Su rechazo hacia su cuerpo (que le “condena” a ser mujer, la “otra”) continúa también: el cuerpo es visto como un territorio ajeno, comienzan las auto-agresiones. Siente ya que la interpela la presión social sobre la belleza femenina. Y se ve reducida a la mirada heterodesignada, que percibe a las mujeres como cuerpos, lo que le implica un descenso en el estatus de género que también refiere, por eso intenta acotar, en lo posible, esta invasión corporal.

A los trece años y medio inicia la anorexia como una estrategia dirigida a hacer valer su voluntad, su poder mental, sobre su cuerpo y las necesidades corporales, entre ellas, el hambre, a la vez que le sirve para refrenar su repudiada feminidad. Detiene la transformación corporal propia de la adolescencia femenina y se aleja simbólicamente del ejemplo de la diosa niña nepalí, adorada mientras se mantiene sumisa, cuya trampa de sumisión patriarcal se materializa mediante la comida.

Se produce por tanto el desdoblamiento mente/cuerpo; el cuerpo es observado como algo ajeno. El personaje anoréxico escribe obsesiva y desesperadamente sobre su cuerpo, se observa, se vigila, es verdaderamente el “carcelero” de su propia naturaleza interna.

A los diecisiete años, y ya en Bruselas, asiste a la Universidad. Comienzan sus estudios de literatura e inicia una práctica habitual de escribir, basada en la autoindagación. Amélie es consciente del papel salvador desempeñado por la literatura, en su doble vertiente de lectura y escritura. El proceso de escribir sobre sí misma le ayuda en su búsqueda identitaria y, además, le devuelve el componente intelectual que creía ya perdido y que se transmuta en una segunda piel. Mediante la escritura inicia una mirada interior, reconciliando mente y cuerpo. Ahora es consciente de que ella también es su cuerpo.

Como señala Alicia H. Puleo: “Nuestros cuerpos son esa naturaleza interna con conciencia de sí gracias a la que existimos formando parte del tejido de la vida. Los seres humanos somos cuerpos”.


NOTA: Este abordaje es desarrollado más ampliamente en el epígrafe “Desórdenes alimentarios como lenguajes del cuerpo”, de Eva ANTÓN FERNÁNDEZ (2018) Género y naturaleza en las narrativas contemporáneas francesa y española. Ediciones Universidad de Valladolid. 



martes, 10 de agosto de 2021

El nomadismo laboral que relata Jessica Bruder

 

 

 La itinerancia laboral no es un fenómeno nuevo. Sin duda nos vienen a la mente con rapidez algunos conocidos casos, usuales en nuestro entorno: temporeros y temporeras agrícolas, personal laboral discontinuo y estacional en comercio, turismo, incluso algunas industrias como la agroalimentaria, de juguetes o del turrón, por citar algunos ejemplos, o las migraciones vinculadas al auge de la construcción, en tiempos de la burbuja urbanística y de manera permanente, las feminizadas y vinculadas al empleo del hogar y los cuidados. No, no es un fenómeno nuevo, y menos aún con un modelo de empleo que ha normalizado la temporalidad, y, en el caso de las mujeres, también la parcialidad. Tampoco lo es su vínculo con la precariedad laboral y con la pobreza económica y social.

 Entonces, ¿Qué nos asombra de la descripción que hace Jessica Bruder en este libro? Un libro que responde a un trabajo de seguimiento y documentación de más de 3 años y cuya adaptación cinematográfica, con algunas licencias, con el título “Nomadland”, película dirigida por Chloé Zhao y protagonizada por Frances McDormand ha conseguido distintos premios en el mismo país cuyas carencias en derechos laborales, sindicales y sociales quedan al descubierto. Claro que, según señala la propia Jessica Bruder en una entrevista, a pesar de que fue asesora de la misma, película y libro son “criaturas completamente distintas”.

 Quizá lo sorprendente sea el hecho de que este nomadismo laboral y su consiguiente precariedad laboral y vital ha alcanzado de lleno a las clases medias. Que haya personas que al final de su vida laboral, como es el caso de Linda May y otras, conocidas y descritas por Jessica Bruder, que se ven obligadas a encadenar empleos abusivos, parciales y temporales por supuesto, pero también mal pagados, y a recorrer el país en su busca, como forma de supervivencia económica. Empleos dirigidos a este nuevo grupo de workampers en la recolección agrícola, en el todopoderoso Amazon, en campings y parques forestales, en centros comerciales, casinos o correos… Que constatan, además, que sus salarios no alcanzan para cubrir sus necesidades básicas: vivienda, luz, agua, comida, medicinas, salud, pagar sus créditos, etc., y que prevén enormes dificultades para sobrevivir con lo mínimamente necesario cuando finalice su etapa laboral,  ante la falta de soportes suficientes en protección social y pensiones. Y que optan, en este difícil contexto, por “echarse a la carretera”, por hacer del nomadismo laboral su modo de vida, viviendo en autocaravanas, furgonetas o remolques, muchas veces sin agua, luz, baño, teniendo que recorrer adicionalmente bastantes kilómetros para darse una ducha o disponer de la luz gratuita de una farola pública.

 Porque, como señala esta periodista, “Por su aspecto y sus ideas, son mayoritariamente gente de clase media” que pudieran pasar, dadas sus edades, por “despreocupadas o despreocupados caravanistas jubilados”. Como Linda May, mujer blanca de sesenta y cuatro años, cuyo periplo laboral Jessica Bruder ha seguido en las tres años anteriores, y que en sus muchas conversaciones le ha permitido conocer su vida, una vida de mujer trabajadora: “conductora de camión, camarera de bar, contratista de obras, propietaria de un negocio de instalación de suelos de parqué, ejecutiva en una empresa de seguros, empleada del servicio de atención telefónica de la Agencia Tributaria, cuidadora en un centro de tratamiento de lesiones cerebrales traumáticas, cuidadora de perros, limpiadora de perreras en el marco de un programa gubernamental de empleo para personas mayores, desplumadora de patos y codornices en un refugio e caza. También crió dos hijas, la mayor apreté del tiempo sola”. Sin contar otros empleos, ya pasados los sesenta, como camarera en el Casino, dependienta en una tienda de bricolaje o trabajadora de Amazon, hasta llegar al actual de “anfitriona”, es decir, responsable, administradora y limpiadora de un camping en un bosque alpino.

La tradición de vida en la carretera tiene su propia y poética resistencia, quizá una forma de hacer virtud de la necesidad. Supone salirse de las poderosas fauces del consumo, seleccionar bien los objetos imprescindibles, valorar la compañía, apostar por el intercambio, una mayor cercanía con la naturaleza. Una de las compañeras de Linda May, Silvianne, incluso ha compuesto su particular Himno de la furgoneta: “es como vivir en una lata gigantesca / sin pagar alquiler, sin normas, sin un hombre / sin estar atada a una parcela de terreno. / En verano disfruto del frescor de los bosques / paso los inviernos bajo el sol del desierto…”. Pero la realidad no es tan idílica: bajos salarios, horas extras no pagadas, despidos sin preaviso y sin indemnizaciones, sin protección ante temperaturas extremas, sin una vivienda acondicionada mínimamente, sin seguro médico. Un presente de trabajo duro, de sobreexplotación laboral, con la precariedad y la pobreza como únicos horizontes.

 Ésta es la historia de Linda May y de muchas otras personas. De muchas mujeres que a la precariedad laboral unen episodios de discriminación, brecha salarial, violencia machista. También, si miramos a nuestro alrededor encontramos muchas Lindas. Incluso podemos ser una de ellas. Alguien que solo aspira a vivir una vejez de forma autosuficiente, sin ser una carga para sus hijas, pero que carece que una red de protección social, apenas prevé una ínfima pensión con la que no es posible vivir, a pesar de haber trabajado duro todos los días de su vida joven y adulta.

 Si fuera posible añadir una Addenda a la obra de Jessica Bruder sería el recordatorio de que no se trata de problemas individuales cuya solución venga solo del abordaje individual, sino que los derechos económicos, laborales, de protección social de las personas trabajadoras, y aún de toda la ciudadanía en situación más desfavorable, se conquistan mediante la presión y la actuación articulada de una clase trabajadora unida y organizada. Y en esa ruta, el sindicalismo de clase es el motor más potente.



 RESEÑA DE: Jessica Bruder (2020). País nómada. Supervivientes del siglo XXI. Madrid. Capitán Swing. Traducción de Mireia Bofill Abelló. Publicada en la Revista C8M 10 (Julio 2021). Número completo de la Revista en la Web del Centro 8 de Marzo / Fundación 1º de Mayo de CCOO

 

Leyendo "Mujeres invisibles para la medicina" (Carme Valls-Llobet, 2020)

 

Con la iluminadora puerta de entrada que resulta el prólogo de Anna Freixas, es fácil adentrarse en el contenido de este extenso libro de medio millar de páginas, escrito magistralmente por la endrocrinóloga y experta en medicina con perspectiva de género Carme Valls Llobet. Una autora de referencia en el campo de la salud de las mujeres que aúna la investigación e información científica con la práctica médica y el compromiso feminista.

 Un libro que refrenda, amplía y actualiza el originario, del mismo título, de 2006 y que, como señala Anna Freixas en el prólogo “debería estar en la mesilla de noche de todas nosotras”, porque se trasfigura en un auténtico manual en el que desgranar las principales manifestaciones con que el sesgo de género y el prejuicio androcéntrico instalado en la ciencia y en la cultura ha interceptado la investigación y la práctica médica, con sus consecuencias negativas para la salud y el bienestar de las mujeres, a lo largo de todo el ciclo vital.

 A la vez, es un manual para conocer, profundizar y superar, tanto desde la medicina, como desde la propia vida, esos sesgos que terminan por conformar un ataque a la salud integral de las mujeres, por tanto, a sus vidas, así como los estereotipos y roles sexistas que los determinan.

 El libro se estructura en tres partes. En la primera, Carme Valls revisa las agresiones a la salud de las mujeres: la salud mental, las distorsiones de autopercepción corporal durante la adolescencia, las manifestaciones de las violencias (física, sexual, psicológica y simbólica) y sus consecuencias, o la sexualidad, la maternidad o el envejecimiento, en cuanto construcciones sociales, muchas veces medicalizadas bajo los parámetros patriarcales que despojan a las mujeres de su disfrute, integrando el momento liberador según cada una, de cada etapa.

La segunda parte se centra en las consecuencias para las mujeres de su invisibilidad para la investigación científica y los tratamientos médicos, que, según el patrón androcéntrico imperante, toman como sujetos de investigación, docencia y experimentación a los hombres, ignorando las especificidades que presentan las mujeres, tanto en la dimensión de diferencias fisiológicas como las derivadas de las desigualdades estructurales que las afectan y que impactan en ellas física, psicológica y socialmente. En este apartado, Carme Valls documenta, por ejemplo, las consecuencias en el tratamiento de urgencias de la enfermedad cardiovascular, que se manifiesta con sintomatología diferente a la de los hombres y que produce más mortalidad prematura entre las mujeres. O la escasa atención médica al dolor que expresan las mujeres, la primera causa de consulta médica entre ellas, que rompen así el mandato patriarcal que las insta a sufrir en silencio, un dolor a menudo inespecífico, sobre el que falta investigación científica, que muchas veces queda sin diagnosticar y que, con frecuencia, se intenta domesticar con ansiolíticos.


 Así, cuestionando la invisibilidad y escuchando a las mujeres y lo que gritan sus cuerpos cuando hablan desde las sintomatologías, teniendo en cuenta las sobrecargas silenciadas e invisibles con que viven las mujeres, como la doble jornada o la incidencia de violencias machistas, presiones sociales de género, los condicionantes tóxicos de una degradación medioambiental que les agrede y daña mayoritariamente a ellas y a sus condiciones de vida, las páginas de este apartado van revisando problemas de salud de las mujeres, con especial visibilidad para las mayores de 50 años, las trabajadoras, etc.

Reseña del libro de Carme Valls.Llobet Mujeres invisibles para la medicina. Madrid, Capitán Swing, 2020. Prólogo de Anna Freixas. Publicado en la Revista C8M 09 (Febrero 2021) del Centro 8 de Marzo de la Fundación 1º de Mayo de CCOO. Número completo de la Revista en la Web del C8M de la F1M