Leer es emprender un viaje hacia
otras voces, otros mundos, otras realidades. Propongo un viaje comparativo por
“la” metamorfosis por antonomasia (Kafka) y “otra” metamorfosis, como la que ofrece
Truismes, de Marie Darrieussecq
(1996), según una lectura en clave ecofeminista.
Parece que “la” metamorfosis
literaria por excelencia es la obra de Franz Kafka (1915) del mismo título. Pero
hay “otras” metamorfosis, que, por cierto, además de una terminología que
abarca campos semánticos de diversas disciplinas (desde mitología a biología,
entre otras) es un subgénero literario que viene de lejos y que refiere la
transmutación física de seres humanos a seres animales, aunque, a menudo,
manteniendo la conciencia.
En la de Kafka encontramos que el
personaje que transmuta es el joven viajante de comercio Gregorio Samsa; en la
de Darrieussecq es una joven dependienta sin nombre. Diferencia sustantiva: un
joven de valía profesional, que basa su éxito en un mundo competitivo que
implica amplitud de movilidad geográfica, identificado por su nombre y
apellidos (¿recuerdan la “teoría de los nombres propios” como producción de
significado e individuación?), y una joven que sale al mundo laboral optando a
una oferta de empleo de dependienta, uno de los pocos fácilmente accesibles a
las jóvenes en un mundo laboral segregado (una joven que puede ser cualquier joven,
remitiendo a las “idénticas” de Celia Amorós).
Para Gregorio Samsa todo empezó
en su casa (“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó
convertido en un monstruoso insecto”). La nueva situación le condena a una
reclusión doméstica (en un primer momento, encerrado en su habitación, para que
nadie de su familia le vea; en un segundo momento, encerrado en casa, para que
nadie del mundo extrafamiliar le vea) y pone en peligro su situación laboral, y
con ella, su papel de sustentador económico familiar. Los primeros días logra
mantener la autoridad mediante su palabra, al comunicarse verbalmente con el
exterior. Más tarde, cuando la realidad de su apariencia se impone, es
rechazado por su monstruosidad. Las mujeres de la casa (madre, hermana,
sirvienta) le cuidan; paulatinamente, la repulsión va extendiéndose también
entre ellas. Alguna le llega a dar unos escobazos. Toda la familia entiende que
la “nueva situación” de Gregorio les sitúa fuera de la buena sociedad, en la
marginalidad, y desean su muerte. Finalmente, Gregorio muere y la familia sale,
aliviada, a dar un paseo por la ciudad, saludando de nuevo a paseantes y
conocidos. La normalidad se ha restablecido, frente al caos que ha irrumpido en
su cotidianeidad mediante lo absurdo, lo diferente, lo imprevisto, lo desconocido.
En la novela de Kafka, una vez disuelto el elemento discordante (el cuerpo, la
materia, lo animal), vuelve a reinar el orden, la lógica (patriarcal), la
civilización.
La metamorfosis, la
transformación de Gregorio Samsa en un “insecto mostruoso”, mediante lo que
Marta Tafalla denomina una “instrumentalización estética” –apropiarse de
su apariencia para transmitir significados ajenos a su ser, como símbolos o
metáforas de ideas, temores o comportamientos humanos- plantea distintas
reflexiones. Por un lado, por qué una apariencia animal subvierte el orden
humano hasta tal punto, si por otro lado conserva capacidades consideradas
humanas (lenguaje verbal, inteligencia conceptual, etc.). Por otro, por qué
genera (así se nos describe) tanto rechazo entre su propia familia. ¿Por un
cuerpo, una apariencia, tildada de “monstruosa”? Pero un insecto es como es. La
etiqueta de “monstruosidad” la crea una determinada mirada humana (antropocéntrica)… También lo expone Marta
Tafalla en Ecoanimal: culpamos a los
animales de su fealdad para instrumentalizarlos, para dominarlos.
Viene de lejos la devaluación vía
“naturalización” de mujeres y animales para legitimar dominio, explotación y la
violencia, ya lo advirtió Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Se u muestra con dos caras, como ha analizado
Alicia H. Puleo: se feminiza la Naturaleza (también la animal) y se animaliza a
las mujeres (como eternas hembras constreñidas por la pulsión sexual y
condenadas a la reproducción). Mª Teresa Alario señala “el saldo de la
asociación mujer-animal en las representaciones culturales ha sido
tradicionalmente negativo para ellas: ponía en evidencia el carácter «casi»
infrahumano del género femenino".
La novela de Darrieussecq
sintetiza muchas rupturas. En tono paródico, plantea una sátira política,
feminista y social, incluye elementos de la literatura distópica y fusiona
distintas intertextualidades en un ejercicio de interdiscursividad que versiona
textos literarios, cinematográficos, y de otro tipo. También es una novela de
autodescubrimiento (bildungsroman). En
su relato retrospectivo, la joven de Darrieussecq cuenta que todo empezó al
salir a buscar empleo. Es el relato de una joven ingenua que responde
emocionalmente y bajo la influencia del mito del amor romántico a los retos de
un ámbito público que desconoce y al que se enfrenta en solitario. Reducida a cuerpo, a carne, a imagen y sustancia corporal, sin voz propia, sin autoridad, sin libertad ni autonomía, avanza por los espacios públicos sometida a
acoso sexual, violencia sexual, violencia de género (por sus parejas),
explotación laboral y sexual, violencia simbólica, violencia económica, incluso
violencia de género que rompe la barrera de lo híbrido (en su relación con el hombre-lobo Yván). Ante cada acto de violencia
patriarcal, se irá convirtiéndose, gradualmente, en cerda. Así, la novela no es
otra cosa, de nuevo, que una fábula, una forma narrativa que se sirve de los
animales para fabricar significados muy humanos. Solo que ésta es una fábula
que cuestiona el dominio de mujeres y animales en la sociedad neoliberal y
patriarcal.
La novela muestra una transición
desde un sujeto pasivo, objeto de una doble dominación, en tanto mujer y en
tanto animal, a un sujeto activo, capaz de ver y hablar por sí mismo,
adueñándose de su destino (su cuerpo, su sexualidad), proporcionando su visión
del mundo (su relato), descubriendo la libertad personal a través de la
asunción de su dimensión animal y su inmersión en un entorno natural. Solución
narrativa que no altera el orden patriarcal imperante, como señala Lucile
Desblache respecto a esta novela, “la naturaleza puede abrir puertas a la
libertad individual, pero cierra las del poder social”.
En Truismes el relato se construye sobre una animalización “natural” de la protagonista a través de la magnificación de un mecanismo dual de construcción genérica de lo femenino: la reducción de las mujeres a lo corporal, la materia pasiva, la “carne”, por un lado, y su encarnación de una sexualidad irrefrenable, por otro. La protagonista de Trusimes refiere su proceso de animalización al interaccionar con personajes icónicos en el ensamblaje del dominio patriarcal, que la cosifican y explotan material, simbólica y sexualmente. Le despojan de su individualidad, de su capacidad como sujeto, determinando su lugar en el mundo en tanto cuerpo, sin autonomía, sin libertad, sin control sobre su tiempo, su trabajo, su deseo, su imagen, su sexualidad o su reproducción, quedando bajo el dominio de los hombres. Son muchos puntos concomitantes del devenir de esta protagonista con la conceptualización sobre los animales (no humanos) y su situación de dominación y explotación en las sociedades actuales. Que, además, la protagonista percibe, muestra en su relato, con empatía por su sufrimiento, por su destino de dominación y explotación, al servicio de un grupo humano determinado (un neofascismo fundamentalista que asoma en la sátira distópica y que hoy reconocemos claramente).
Estas son algunas de las reflexiones que surgieron cuando preparaba una Comunicación al I Congreso Ética animal y género: nuevas propuestas ético-políticas y
educativas, que coordinó Angélica Velasco Sesma y se desarrolló en la
Universidad de Valladolid los días 9 y 10 de mayo de este año. Comunicación que
finalmente presenté con el título: “Una lectura ecofeminista de Truismes (Marie Darrieussecq): Analizando
en el discurso ficcional algunas claves de dominio y explotación patriarcal
sobre mujeres y animales”. Mi propuesta partía de la
constatación de que la literatura establece una relación dinámica y dialógica
con la ideología –es ella misma una forma ideológica- y las estructuras de
dominación. A través de una lectura
ecofeminista de la novela Truismes
(“Marranadas”), de Marie Darrieussecq, proponía
la posibilidad de deconstruir algunos constituyentes con los que se elabora
culturalmente la subordinación y explotación de “los otros”, específicamente las
mujeres y los animales no humanos, desde una lógica de dominio patriarcal
adaptada a contextos neoliberales.
Apuntaba a desvelar (detectar,
visibilizar, por tanto, politizar) algunos de esos aspectos citados, a partir
de una lectura crítica basada en postulados del ecofeminismo de base ilustrada
formulado por Alicia H. Puleo en Ecofeminismo
para otro mundo posible (Cátedra, Feminismos, 2011) y más recientemente, en
Claves ecofeministas (Plaza y Valdés
editores, 2018) aplicados al campo del análisis literario, completados con
otras miradas desde la perspectiva feminista (Teresa Alario, Carmen G.
Colmenares), la ecocrítica (Teo Sanz), o la ética animalista (Lucile Desblache,
Marta Tafalla, Isabel Balza, Angélica Velasco). Una parte del análisis proviene del epígrafe “Marranadas (Marie Darrieussecq): las mujeres, animales sexuales”,
del libro Género y Naturaleza en las
narrativas contemporáneas francesa y española (Ediciones Universidad de
Valladolid, 2018).