Recuerdo, por primera vez, haber participado en un 1º de Mayo virtual, por otro modelo económico y social posible y necesario, y en reconocimiento a las personas trabajadoras que, exponiéndose con generosidad, entrega y profesionalidad, estaban afrontando la respuesta a la COVID-19 desde la primera línea. Y recuerdo también que me sentí muy acompañada!
También he visto florecer comunidad y naturaleza desde balcones y ventanas. Y, en concreto, he visto asilvestrarse mi pequeñísimo balcón como un mini jardín ecofeminista, pleno de vida, sonoro y habitado por tantos seres pequeños en tránsito, en su mayoría alados, un paréntesis de encierro en el que poder apoyarme un ratito y establecer ese diálogo interno que es la lectura.
Qué mejor manera de empezar que adentrándome en un libro que resume la historia del libro en el mundo antiguo, con un título tan seductor como El infinito en un junco (Irene Vallejo, Siruela).
La lectura supone también, a su manera, adentrarse en una espesa niebla. sortear bifurcaciones de senderos, caminar adelante y atrás, descubrir nuevos paisajes, miradas diferentes, cuando quizá tu vista se pose en el minúsculo detalle o el panorama que abarca tu mirada sea distinto de la ruta que pretende cada autora o autor....
Lo que más me ha maravillado es quizá minoritario dentro del bagaje que aportan autora y libro. La agitada respiración que se desprende del impulso irrefrenable de escribir. Me apropio de una cita, que la autora refiere, de Marguerite Duras: escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos...
Y el recorrido cultural sobre los libros, la lectura, el canon... plagado de intertextualidades (cine, libros actuales, poetas, escenarios culturales, las grandes bibliotecas...) que hacen amena su lectura y amplían horizonte, sin duda, aunque... con cierto sesgo androcéntrico no cuestionado. Sin menoscabo de homenajes ("La historia de la literatura empieza de forma inesperada. El primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer. Mil quinientos años antes que Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos...").
Este libro nos recuerda el poder del libro como depositario de cultura, de experiencias, de lenguas, de cosmovisiones... y como depositario del poder. Los libros como "extensiones de la memoria, los únicos testigos -imperfectos, ambiguos, pero insustituibles- de los tiempos y los lugares adonde no llega el recuerdo vivo".
La propia autora define la tarea emprendida: "Esta es la historia de una novela coral aún por escribir. el relato de una fabulosa aventura colectiva, la pasión callada de tantos seres humanos unidos por una misteriosa lealtad...". La pasión de contar, de escribir, de leer, de conservar, cuidar, preservar los libros, de explicar, criticar, entender, profundizar, cuestionar lo que contienen... "Gente común cuyos nombres en muchos casos no registra la historia. Los olvidados, las anónimas.Personas que lucharon por nosotros, por los rostros nebulosos del futuro". Para grabar en un pequeño material el infinito que mostraron, soñaron, imaginaron. Aunque luego la vara de medir socialmente su valor cultural (el canon, el junco), potestad de las élites, les devolviera a la oscuridad, a la sombra, al olvido.
Lectoras, lectores. Y sus circunstancias. Antes leía, sobre todo, en el tren. Antes, me refiero, claro está, a hace apenas tres meses, a antes de la COVID-19. Algunas veces incluso compartía breves comentarios o liberaba frases de los libros que iba leyendo en ese supuesto diálogo impredecible que es el territorio twitter, con una etiqueta explícita (#LeyendoEnElTren), para que emprendiesen un vuelo libre de fronteras y disciplinas.
El viaje en tren
permite un paréntesis de tiempo propio. Recuerdo
haber hecho un breve balance unos días antes de fin de año el
pasado diciembre: “Acabando el año, 2 horas de trayecto cada día, casi
500 horas en el tren. Viendo pasar paisajes, estaciones, gentes, nubes, pájaros.
Viéndolos
cambiar en cada ciclo estacional. Mirando, pensando, dialogando, tuiteando,
combatiendo, durmiendo, tal vez soñando. Y leyendo". Y recuerdo
haber concentrado en una sola imagen las cientos de horas dedicadas al diálogo
infinitivo, al viaje inacabado a otros mundos, otras voces, otras miradas, el
viaje del que nunca se regresa inalterada porque el conocimiento es
irreversible y nos cambia, nos moldea, modifica nuestra subjetividad, amplía el
horizonte de lo vivible, de lo nombrable.
Las lecturas del 2019
me han dejado una huella inquebrantable y han contribuido, de forma decisiva, a
este proyecto inacabado de querer ser mejor persona.
Fue, desde luego, el año de Claves ecofeministas de Alicia Puleo
(Plaza y Valdés), que me acompañó durante largo tiempo y al que
vuelvo, junto con el fundamental Ecofeminismo
para otro mundo posible, cada cierto tiempo. Porque los libros tienen
muchas lecturas, no se agotan en un solo trayecto. “Si leo con espíritu crítico
preguntaré, dudaré, inquiriré. Leer es una forma creativa
de escuchar”, escribe sobre la lectura Siri Hustvedt (Vivir, pensar, mirar, 2012).
Y la
lectura de Claves feministas (para rebeldes
que aman la tierra y a los animales) me ha aportado claves fundamentales, desde
la belleza ética de la rebeldía, para la indagación individual y colectiva:
"La crítica al
prejuicio y los principios de igualdad y libertad están en el corazón mismo de la Ilustración; el ecofeminismo ilustrado
actualiza este legado y amplía sus
horizontes". Olvidar esta herencia nos debilita frente a la dominación y la
explotación. "El modelo
de desarrollo vigente, basado en una razón
meramente instrumental, de corto alcance, acarrea la destrucción del ecosistema global". "Hoy, la justicia social implica también ecojusticia". "La educación
ambiental predominante sigue sin facilitar una conciencia crítica de los roles de género y sin visibilizar a las mujeres
como víctimas de la crisis ecológica y como protagonistas del cambio
hacia una cultura de la sostenibilidad", y dejo de citar frases porque,
como ocurre con el arte, en este caso todo el libro es de obligada lectura, disfrute y
reflexión, y su completo abordaje aumenta la invitación al
entendimiento de las bases del pensamiento y la praxis del ecofeminismo crítico
desde cada uno de sus pilares.
Muchas obras
impactantes. Empujando al patriarcado,
de Cynthia Enloe (Feminismos, Cátedra), un ensayo sobre tácticas
patriarcales para modernizarse y mantener su hegemonía y sobre las resistencias
feministas para desenmascararlo, con estrategias de lucha: "Cualquier concepto feminista debería dejar transparente lo que son las
operaciones más
atractivas del patriarcado actualizado. Y el patriarcado hecho transparente es
un patriarcado hecho vulnerable", dice. Y continúa: "Prestar atención
feminista, hacer preguntas feministas, realizar investigaciones feministas,
crear conceptos que revelen la condición de género, crear alianzas amplias...
actuar con esmero: el patriarcado no tiene la menor oportunidad".
Crear
alianzas feministas amplias…
Fue también el año de Ecoanimal de Marta Tafalla (Plaza y Valdés). Ensayo
de lectura sobre la relación con la Naturaleza con conocimiento,
ética y,
sobre todo, una estética profunda y crítica
que orienta a apreciar, pensar, sentir y actuar rompiendo la burbuja antropocéntrica.
Es una invitación inagotable a la reflexión filosófica
sobre los sentidos, y Marta Tafalla formula una estética plurisensorial de la
naturaleza en la apreciación de entornos naturales, animales. La
filosofía, dice, aporta sobre todo ética y política,
pero necesitamos desarrollar una estética: “Cuando hoy pretendemos apreciar la belleza natural tropezamos al
instante con el calentamiento global, el exterminio de especies, la explotación de animales, la destrucción de ecosistemas y la contaminación, que configuran el problema más grave de la humanidad”. Otro
de los libros del 2019 que va más allá de su tiempo.
Y fue el año del
descubrimiento de la narrativa de Olga Tokarczuk, con su maravillosa Sobre los huesos de los muertos, ficción con
amplitud de naturaleza, entorno rural, multiplicidad y defensa animal, mujeres
sabias e indómitas, denuncia sobre la destrucción global desde lo pequeño y lo
local…
Pero,
ciertamente, esta autora y su creación merecen más tiempo y espacio, un
intento más profundo de inmersión en los múltiples
senderos de lectura que ofrece.La preocupación social no quedó desatendida en la lectura. Es una dimensión siempre presente. Pero eso, también, queda para otra ocasión.
Antes leía,
sobre todo, en el tren. Ahora, en este periodo de excepcionalidad en el que se
redescubren los balcones y ventanas como espacios de tránsito de la naturaleza y la
vida, incluida la cultura, me empiezo a asentar, leyendo en el balcón
(#LeyendoEnElBalcón)