miércoles, 11 de agosto de 2021

Leyendo relatos sobre desórdenes alimentarios. "Biografía del hambre", de Amélie Nothomb

 Escribe Alicia H. Puleo en Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011): “Las mujeres no somos mera carne ni tampoco sombras desencarnadas (...) La mirada ecofeminista sobre el propio cuerpo –nuestra naturaleza interna- nos invita a evitar agredirlo innecesariamente”.

Unas palabras que sirvan como pórtico para una lectura ecofeminista de textos literarios escritos por mujeres que abordan desórdenes alimentarios.

Muchas narraciones, pasadas y actuales, han reelaborado el tema de los trastornos alimentarios, voluntarios o involuntarios. Recordemos, por ejemplo, la novela Hambre (Sult, 1890), del escritor noruego Knut Hamsum, Premio Nobel de Literatura en 1920, o el cuento de Kafka, “Un artista del hambre” (1924).

En el caso de la narrativa francesa es destacable, por ejemplo, el crudo testimonio autobiográfico del infierno interior (llegó a pesar 31 kilos) que la jovencísima escritora Valérie Valère relata en su libro Diario de una anoréxica (Le Pavillon des enfants fous, 1978). Por su parte, Geneviève Brisac se sirve de la primera persona para narrar el sufrimiento de la joven anoréxica Nick en Petite (1996).

La novela Voraz (Vorace, 2007), primera novela de la escritora francófona belga Anne-Sylvie Sprenger, se construye en torno a la bulimia de la protagonista y la anorexia de su novio. Es la protagonista, Clara Grand, quien mediante el relato en primera persona indaga en las causas, manifestaciones y consecuencias de su bulimia, descubriendo finalmente que es la respuesta patológica a las violaciones que sufrió por parte de su padre cuando era niña. En Clara Grand, el cuerpo actúa como corrector de la consciencia y su pulsión de comer y vomitar se conforma como una estrategia de purificación del inconsciente, como un intento de expulsar la imperfección, lo ajeno, lo extraño, en última instancia, la invasión totalizadora producida en la violación de la niña por el padre.

También en Nada se opone a la noche (Rienne s´oppose à la nuit, 2011), de la escritora francesa Delphine de Vigan, tras la anorexia de la protagonista, Lucile, madre de la escritora, se esconde un caso de violación e incesto en la infancia (fue violada por su padre). Precisamente la primera novela de Delphine de Vigan, Días sin hambre, (Jours sans faim, 2001), publicada bajo el seudónimo de Lou Delvig, enfocaba desde una perspectiva autobiográfica el adentramiento en el sufrimiento de una anoréxica de 19 años que llega a estar radicalmente enferma (llega a pesar 30 kilos), pero logra afrontar su recuperación como proceso desde el cual empieza a recuperar su vida, por lo que se puede decir que es una novela de iniciación, de aprendizaje o autodescubrimiento, una bildungsroman.

La anorexia nerviosa aparece sutilmente, en tanto que no es explícitamente nombrada, en la joven madre que protagoniza el cuento “Aún aquí” (en Zoo, de Marie Darrieussecq, integrado en el libro de relatos Zoo, de 2006), cuyo deseo de adelgazar después del parto y su puesta en práctica de regímenes extremos le conducen a la inanición, a la práctica aniquilación física y psicológica, a resultar invisible para quienes le rodean. Y lo trata Amélie Nothomb, en Biografía del hambre (Biographie de la faim, 2004)

Amélie Nothomb rememora su viaje a través de la anorexia, en Biografía del hambre (2004), un relato retrospectivo y autobiográfico. La narrativa que recrea memorias infantiles, literatura de iniciación, de formación o autodescubrimiento, revela un contraste entre la mirada infantil y la de la persona adulta, que es quien enfrenta la narración, lo que se observa también en otras novelas autobiográficas de Nothomb. La Amélie adulta, la voz narradora, proporciona en Biografía un relato del proceso de la anorexia abordado desde su subjetividad y su consciencia, es decir, desde su interpretación, enmarcado en vivencias, experiencias y consecuencias, por lo que resulta esclarecedor de la relación causal que, en ocasiones, los trastornos alimentarios mantienen con procesos psicológicos, en especial con psico-mandatos de género, y con fases claves de desarrollo evolutivo psicológico y corporal, como las que conlleva la adolescencia. Además, como en otros ejemplos narrativos de anorexia y bulimia en las mujeres, coadyuva otro factor desencadenante: las agresiones sexuales.

Amélie Nothomb comienza su relato en Biografía destacando el papel del hambre como motor de la humanidad, dado que fuerza el trabajo humano, su búsqueda y su experimentación, para conseguir saciarlo, definiéndose como paradigma de “hambrienta”: aclara que se trata de “hambre” tanto en sentido literal como, sobre todo, metafórico: esa actitud activa de búsqueda se configura como la necesidad de llenarse de contenido, de referencias, de configurar su identidad. Ese “hambre” dual, físico e identitario, se constituye en el eje isotópico, según la conceptualización del semiótico estructuralista Greimas, que determina semánticamente la coherencia textual del relato autobiográfico.

Dos de los sucesos que narra, una agresión sexual y una visita cultural, le despiertan con una “lectura de género”. La agresión sexual tiene lugar en una antigua estación termal de Bangladesh, dentro del mar, a manos de cuatro jóvenes a quienes no ve hasta que salen del agua, pero que le causan un gran dolor físico y psicológico. Una violencia que le fuerza a afrontar algo que había evitado: su pertenencia sexual: Amélie es una chica, su cuerpo es o será (está condenado a ser) un cuerpo de mujer. Y en esta ocasión, comprueba un efecto de la agresión sexual, una reacción: siente que ha perdido su gran capacidad mental. Se diluye esa capacidad cerebral, la inteligencia, que le proporcionaba estatus masculino, reforzado mediante el vínculo con su padre, el éxito escolar y el liderazgo diferencial entre sus compañeras. Unos chicos, colectivo del que se sentía una “igual”, que le han recordado que, biológica y socialmente, es la “otra”, en el sentido aportado por Simone de Beauvoir, una mujer.

El segundo acontecimiento es el impacto que le causa la visita familiar al Templo de la Diosa Viva, en la que descubre el rito religioso en torno a una niña que vive encerrada en el templo, donde es alimentada por los monjes. Únicamente sale de esa reclusión un día al año, en procesión, jornada en la que es adorada como una diosa, el resto del tiempo permanece encerrada. Así, transcurre toda su infancia, hasta los doce años; cuando cumple esa edad, pierde ese estatus de diosa, es expulsada del templo, y ya solo es una “niña gorda e inútil”.

Tradición que continúa vigente desde hace 700 años. Solo un día al año los nepalíes pueden adorar personalmente a la niña virgen. Después, nadie puede hablar con ella ni fotografiarla. Y así será hasta que tenga su primera menstruación, y otra niña virgen la sustituya. La diosa Kumari es elegida entre las niñas preadolescentes de la comunidad Newari, predominante en el valle de Katmandú. Al ser una creencia de origen budista e hinduista, sacerdotes de ambas religiones y un astrólogo certifican que la virgen seleccionada tiene los 32 lachhins –atributos físicos y psicológicos, como Buda– que se esperan de ella y que su horóscopo concuerda con el del jefe del estado. Esta centenaria tradición viola leyes del derecho internacional, como la Convención de los Derechos del Niño o la Convención para la Eliminación de Toda forma de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), de las que Nepal es estado signatario. De hecho, la 13ª sesión del CEDAW de 2004 ya señaló que la práctica discrimina a la mujer y recomendó al gobierno de Nepal medidas para su erradicación (“La soledad de las diosas kumari”, El País.25.04.2014).

Amélie tiene doce años cuando la visita y el impacto es tremendo, se ve reflejada como en un espejo. Ella también, diosa destronada, sólo es una niña de doce años. Su rechazo hacia su cuerpo (que le “condena” a ser mujer, la “otra”) continúa también: el cuerpo es visto como un territorio ajeno, comienzan las auto-agresiones. Siente ya que la interpela la presión social sobre la belleza femenina. Y se ve reducida a la mirada heterodesignada, que percibe a las mujeres como cuerpos, lo que le implica un descenso en el estatus de género que también refiere, por eso intenta acotar, en lo posible, esta invasión corporal.

A los trece años y medio inicia la anorexia como una estrategia dirigida a hacer valer su voluntad, su poder mental, sobre su cuerpo y las necesidades corporales, entre ellas, el hambre, a la vez que le sirve para refrenar su repudiada feminidad. Detiene la transformación corporal propia de la adolescencia femenina y se aleja simbólicamente del ejemplo de la diosa niña nepalí, adorada mientras se mantiene sumisa, cuya trampa de sumisión patriarcal se materializa mediante la comida.

Se produce por tanto el desdoblamiento mente/cuerpo; el cuerpo es observado como algo ajeno. El personaje anoréxico escribe obsesiva y desesperadamente sobre su cuerpo, se observa, se vigila, es verdaderamente el “carcelero” de su propia naturaleza interna.

A los diecisiete años, y ya en Bruselas, asiste a la Universidad. Comienzan sus estudios de literatura e inicia una práctica habitual de escribir, basada en la autoindagación. Amélie es consciente del papel salvador desempeñado por la literatura, en su doble vertiente de lectura y escritura. El proceso de escribir sobre sí misma le ayuda en su búsqueda identitaria y, además, le devuelve el componente intelectual que creía ya perdido y que se transmuta en una segunda piel. Mediante la escritura inicia una mirada interior, reconciliando mente y cuerpo. Ahora es consciente de que ella también es su cuerpo.

Como señala Alicia H. Puleo: “Nuestros cuerpos son esa naturaleza interna con conciencia de sí gracias a la que existimos formando parte del tejido de la vida. Los seres humanos somos cuerpos”.


NOTA: Este abordaje es desarrollado más ampliamente en el epígrafe “Desórdenes alimentarios como lenguajes del cuerpo”, de Eva ANTÓN FERNÁNDEZ (2018) Género y naturaleza en las narrativas contemporáneas francesa y española. Ediciones Universidad de Valladolid. 



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